Zedes no se puede confundir con zonas de libre comercio. Zedes tienen una calidad como terreno vendido bajo ley de otros, los inversores. Los que trabajan en estas ZEDES no necesitan cumplir con las leyes de trabajo en el alrededor (en este caso) de Honduras. Significa también que tienen su orden propio con policía propia donde se puede vivir sin las leyes de Honduras, donde también un delincuente podría refugiarse para evitar la (rara) persecución por entidades nacionales de Honduras … y se podrían quedar impunes. En Zedes tampoco se paga impuestos a Honduras, selos ‘exporta’ juntos con la mercancía producida en estas ZEDES.
La duda es si estas «Zonas de Desarrollo y Empleo» en realidad y no solamente en su propaganda crean desarrollo y empleo. Todo DEPENDE DE
1. los sueldos que pagan las fabricas/empresas allá para sus empleados
2. de los probables beneficios que consiguen sus empleados, por ejemplo escuelas para sus niños o mejor atención medicinal para si y sus familiares
3. impuestos para financiar escuelas y hospitales comunales por ejemplo.
Sin buenos sueldos y beneficios para los trabajadores y impuestos adecuados para las comunidades las ZEDES si crean trabajo pero ningún desarrollo – ni para los empleados ni para las comunidades.
Queda la pregunta: ZEDES para que o para quien?
Usted tendrá la respuesta … supongo. Yo solamente diría :
«DEPENDE DE LAS CONDICIONES»!
La autora del famoso libro «No Logo» Naomi Klein escribe en este sobre las Zonas de libre comercio lo siguiente:
El concepto de las zonas de libre comercio es tan antiguo como el comercio mismo, y tuvo gran importancia en el pasado, cuando el transporte de los productos exigía múltiples etapas y descansos. Las ciudades-estado preromanas como Tiro, Cartago y Útica alentaban el comercio declarándose «ciudades libres» donde se podía almacenar artículos en transito sin pagar impuestos, y los mercaderes las protegían contra cualquier daño. Estas Zonas libres de impuestos adquirieron más importancia económica durante la época colonial, cuando ciudades enteras, como Hong Kong, Singapur y Gibraltar fueron convertidas en «puertos libres» desde los que el botín del colonialismo se podía enviar sin peligro a Inglaterra, a Europa o a Estados Unidos pagando reducidos aranceles de exportación. En la actualidad, el mundo está lleno de variantes de estas bolsas de libre comercio, desde las tiendas de los aeropuertos y las zonas bancarias libres de as islas Caimán hasta los almacenes y los puertos amurallados donde los bienes en tránsito son conservados, seleccionados y envasados.
Aunque las zonas de procesamiento de exportaciones (ZPE) tienen mucho en común con esos paraísos impositivos, pertenecen a una especie diferente. No siendo tanto un lugar de almacenaje cuanto un territorio soberano, las ZPE no son espacio por donde transitan los artículos, sino donde se fabrican, y donde ademas no se pagan gravámenes de importación y exportación , y a menudo tampoco por los ingresos ni la propiedad. La idea de que las ZPE pueden ayudar al Tercer Mundo cobró vigencia en 1964, cuando el Consejo Económico y Social de las Naciones Unidas aprobó una resolución de apoyo a las zonas, considerándolas como medio de promocionar el comercio con los países en vías de desarrollo. Pero la idea no cobró fuerza hasta principios de la década de 1980, cuando India otorgó cinco años de exención fiscal a las empresas manufactureras que funcionaban en sus zonas de salarios bajos.
Desde entonces, la industria de las zonas de libre comercio se ha multiplicado. Hay (ya en los anos 90) 52 zonas económicas solo en Filipinas, que emplean a 459 mil personas en un lugar donde en 1986 solo contabilizaban 23 mil trabajadores, y hasta 1994, 229 mil. La zona económica mayor de China, donde los cálculos mas conservadores estiman que hay 18 millones de personas que trabajan en 124 zonas de procesamiento de exportaciones (ya en los años 90, con un enorme crecimiento desde este entonces).
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Independientemente del país donde se hallen las ZPE, la condición de los trabajadores tiene una sorprendente similitud: La jornada laboral es larga; hasta catorce horas en Sri Lanka, doce en Indonesia, dieciséis en el su de China y doce en Filipinas. La gran mayoría del personal se compone de mujeres, siempre jóvenes y siempre trabajan para subcontratistas de Corea, Taiwan o Hong Kong. Los contratistas reciben pedidos de empresas de EEUU, Gran Bretaña, Japón, Alemania o Canada.
La gestión del personal es de corte militar, los supervisores son an menudo arbitrarios, los sueldos están por debajo del nivel de la supervivencia y el trabajo es poco cualificado y tedioso. En tanto que modelo económico, las zonas de procesamiento de las exportaciones de la actualidad se parecen mas al de las franquicias de hamburgueserías que al del desarrollo sostenible, tan diferentes de los países que las escogen. Estos reductos de industrie pura se ocultan tras un manto de transitoriedad: los contratos van y vienen sin aviso previo; los trabajadores son predominantemente inmigrantes, alejados de sus lugares natales y con pocas relaciones con las ciudades o las provincias donde se hallan las zonas; el trabajo mismo es a corto plazo y a menudo no se renueva.
Mientras recorro las calles vacías de Cavite siento la amenaza de transitoriedad, la precariedad esencial de la zona. La relación de las fabricas, mas parecidas a cobertizos, con el campo que las rodea, con el pueblo cercano, con la tierra misma donde se yerguen, es tan tenue que parece que los puestos de trabajo que se trasladaron desde el Norte hasta aquí pueden evaporarse con la misma rapidez con que llegaron. La fabricas están construidas con materiales baratos y se hallan en un suelo alquilado, no comprado. Cuando subo al la torre de aguas que hay en el borde de la zona y contemplo desde allí los cientos de fabricas, tengo la impresión de que ese complejo de cartón piedra puede echar a volar y desvanecerse, como la casa de Dorothy en El Mago de Oz. No me sorprende que a las fabricas de las ZPE de Guatemala las llaman «golondrinas».
En las zonas reina el miedo. Los gobiernos temen perder sus fabricas extranjeras, las fabricas temen perder sus marcas clientes, y los trabajadores sus inseguros trabajos. Estas fabricas no están construidas sobre la tierra, sino en el aire.
(N. Klein, No Logo, p. 249/250)
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